Todo lo cambia

Prueba rutinaria por lo de la cabeza. Por lo delo ictus, vamos, no es que no quiera nombrar la palabra. Me encanta venir de vez en cuando al hospitar para pasar una noche. Tengo la sensación de que mi vida, que normalemente tiene un ritmo endiablado, se vuelve aquí un poco más lenta. Me permito el lijo de desconectar y no hacer nada.

No soy amigo de Marlaska. Solo he coincidido con él en dos ocasiones: en un acto de BaasGalgo —mis perros salen de esta protectora, creo que el suyo también— y en otro del PSOE el verano pasado. Donde los galgos ni nos saludamos porque yo presentaba el acto y él acudió de invitado y la verdad es que luego ya no coincidimos. En lo del PSOE hablamos poco, no ´se si porque le caigo como una patada en los huevos o porque los dos somos tímidos. Creo que él piensa que yo ejerzo de chismoso las 24 horas del día y, por eso, prefiere mantener las distancias.

En toda esta historia en la que está inmerso, yo voy con él. Seguro que habrá metido la pata en algo, pero después de ver quiénes lo ponen a caer de un burro no puedo más que mostrarle todo mi apoyo. Porque los otros son sencillamente, horrendos. Infames. Ineptos. Faltones. Maleducados. Tramposos. Manipuladores.

El viernes por la tarde grabamos el debate final de ‘Supervivientes’. Estos debates, creo que ya lo he contado aquí, los carga el diablo porque los concursantes llegan agotados después de haberse corrido una juerga monumental la noche anterior. Lo normal: después de la final, a ver quién los para. Pero la pandemia, que todo lo cambia, varía también el rasgo característico de estos programas: los concursantes llegan al plató frescos como una rosa porque algunos estaban todavía confinados y los otros no tenían muchos sitios dónde ir.

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