Sin perder la sonrisa

Para una persona como yo, que siempre ha querido ser artista, tener un esmoquin de lentejuelas era algo obligado. Una prenda tan cantosa te la pones una vez y hasta luego Mari Carmen. Pero llegó mi segunda función, ‘Grandes Éxitos’. No sé si volveré a encontrarme una compañía como la que formaba esta función. Deseaba que llegaran las actuaciones para reunirme con ellos: actuar, cantar, salir a cenar, desbarrar.

A finales del año pasado, nuestro gerente, Juan, empezó a encontrarse mal, cansado. Adelgazó muchísimo. Tardó en ir al hospital y, cuando lo hizo, y después de someterse a varas pruebas, apareció la palabra temida. Acordamos no decir nada a la compañía hasta que fuera inevitable porque el tratamiento iba a ser duro.

En marzo, me dio un ictus. Y, afortunadamente, salí bien del trance. Durante el mes que estuve en casa recuperándome, charlaba con Juan y nos dábamos ánimos mutuamente. No sabía qué tipo de vida podría llevar después de que pasara el tiempo de recuperación, pero, desde luego, parecía lógico que tendría que aminorar el ritmo. Lloré mucho cuando lo cancelé.

Y con esta obra había recibido varias: una ruptura sentimental, una enfermedad grave de mi querido gerente, mi ictus. Tras ocho meses de durísima lucha y sin perder nunca la sonrisa, Juan falleció el martes pasado. Tenía cuarenta y ocho años. Hay gente que viene a la vida para que abras los ojos y aprendas de qué va esto. Juan me ha recordado que no existe más que el aquí y ahora. Y la sonrisa.