Mónica Hoyos y Bertín

Mónica Hoyos

Mónica Hoyos no era, ni de lejos, santo de mi devoción. Acudía a los platós investida de una ridícula dignidad que la convertía en un personaje caricaturesco y antipático. Ella no salía de ahí porque se había acostumbrado a caer mal. La frase que la gobernaba bien podría ser esta que repetía mucho mi amiga Geles: “Estoy tan hecha a perder que ganar me incomoda”. Sin embargo, tras su paso por ‘GH VIP 6’ he acabado cogiéndole cariño. He visto a una mujer profundamente equivocada que se enfrenta a sus emociones a machetazos.

Ella cree que piensa pero no lo hace. Porque si se parara a reflexionar solo un poquito se daría cuenta de que la vida no es ese río revuelto en el que mermanentemente se desenvuelve. No es que vaya a promover ahora la canonización de Mónica Hoyos, pero tampoco me late destrozarla sin compasión. Llegó al plató de ‘GH VIP 6’ desnortada y fue muy significativo el abrazo que me dio al llegar. Pedía a gritos calor humano, un clavo emocional al que agarrarse para no caer en la desesperación después de haber sido derrotada por Miriam.

 

Bertín

Ando estos días un poco revuelto. El lunes grabo en mi casa el programa de Bertín Osborne, y como en sus entrevistas se habla mucho de la infancia estoy revisitando la mía para refrescar la memoria. Y me he dado cuenta de que volver a ella no me hace especialmente feliz. Para mí no fue esa etapa tan idílica que tantos añoran. Nací en el 70, con Franco vivo.

Recuerdo que, cuando murió, tenía yo 5 años, varios amigos del bloque jugamos a reproducir lo que veíamos en la tele: riadas y riadas de gente pasando por delante del cadáver para darle su úlimo adiós. En el rellano del séptimo uno hacía de Franco tirado en el suelo y los demás dábamos vueltas en torno a él. Era aquella una España triste, cargada de absurda moralina y miedo a todo.

Crecí bajo las órdenes de un padre severo que en los estudios no me dejaba pasar ni una porque quería que consiguiera lo que él no logró: estudiar en la universidad. A esa tensión se le sumaba la angustia de sentir, en esa España gris, que me gustaban los niños en vez de las niñas. Cuarenta años después sigo recibiedo el mismo tipo de insultos. Cuarenta años después sale Pablo Casado diciendo que el aborto no es un derecho. Cuarenta años después seguimos en el mismo punto que hace cuarenta años.

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