Estamos condenados al olvido

Escribo estas líneas el sábado a las nueve y cuarto de la mañana desde la cama de un hotel de Bilbao. Fuera llueve. Ayer estrenamos ‘Desmontando a Séneca’ y el público se lo pasó en grande. Se agotaron las localidades y están prácticamente agotadas para las cuatro funciones restantes. Me gustaría estar de gira siempre, subirme a un escenario todas las noches, despertarme en un hotel acogedor el resto de mi vida. Un hotel en el que admitieran perros, por supuesto.

Y está bien que lo tengamos claro: nada es eterno y estamos condenados al olvido. Cuando lo aceptemos viviremos más tranquilos. Quizás, incluso, un poco más felices. Uno puede ser dichoso y vivir mortificado porque se recrea en las cosas que no tiene. Todos tenemos carencias pero de nosotros depende regodearnos en ellas o aceptarlas como parte imprescindible de esto que llamamos vida.

Lunes, 12 de octubre. Ayer hicimos dos funciones a teatro lleno y hoy ya nos despedimos de Bilbao. Por cierto, el teatro en el que he actuado se llama ‘Campos’. Ya os podéis imaginar el juego que me ha dado el nombre. Y pienso en mi Madrid y me revuelvo de rabia porque entre todos la hemos convertido en una ciudad tóxica, crispada, egocéntrica, pretenciosa.

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