Querida Isabel

Aquí me tienes, un sábado a las siete y vente de la mañana escribiéndote esta carta. Creo que en otra época te habría llamado, pero ahora no sabría muy bien qué decirte. Y además, sería incapaz de animarte porque pienso que el problema entre tu hijo y tú no hay cristiano que lo enmiende. Mucha rabia acumulada debe tener Kiko para utilizar la expresión «viuda de España» con singular ironía. Es como cargarse un libro de mil páginas en el prólogo. No debe ser fácil tener como madre a La Pantoja. Porque tu éxito no solo se ha basado en tu arte sino en una biografía absolutamente apasionante.

Apasionante para los que la vemos con ojos de espectador, claro, no con ojos de hijo. Una boda de relumbrón, el nacimiento de un hijo, la viudedad, la vuelta a los escenarios con éxito casi planetario, una polémica amistad con Encarna Sánchez, una entrañable amistad con María del Monte, la comentada adopción de una niña, el lío con Julián Muñoz, la entrada en la cárcel. No hay cerebro que resista tantos años de exposición mediática. La República de Pantoja, sita en Cantora, es un país donde se persigue la crítica a su amada líder. En Cantora, Isabel Pantoja es la más guapa, la mejor artista, la mejor madre, la mejor abuela y la más mejor de todo lo habido y por haber. Fuera de Cantora, es el vivo retrato de una mujer atrapada en un personaje que la asfixia desde hace ya demasiados años.

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