Una de las cosas que más me han costado es presentar realities

Uno se hace, con mayor o menor esfuerzo, a casi todo en la vida. Entre las cosas que me han costado lo mío está presentar realities. Algunos espectadores lo viven con una pasión que los lleva a perder la cabeza y a abonarse a teorías conspiranoicas cuando las cosas no suceden como ellos esperaban. Hoy en día, todo tiene una teoría de la conspiración que lo respalde y alguien dispuesto a creerla. Basta un poco de cabreo para que cualquier pensamiento absurdo cale en tu mente y comiences a elaborar ideas marcianas. En el caso de los realities creo que gran parte de ello se debe a no saber perder. Es difícil encajar una derrota y más cuando tiene que ver con algo tan irracional como las emociones. Enseguida te pones a buscar culpables, enemigos, tongos, trampas varias. Cuesta aceptar que la persona que a ti te gusta no le haga gracia al resto de la gente. Y que esa persona a la que jamás has prestado tu apoyo continúe adelante. Si ya nos cuesta aceptar el fracaso en general, muchísimo más nos cuesta aceptar el emocional. No nos preparan para ello cuando en la vida tarde o temprano tendremos que enfrentarnos a diversos “no”. Como espectador, lo fácil es pensar que me han engañado. Pero después de tantos años ya va siendo hora de que no nos quedemos en esa posición tan cómoda. Algún día tendremos que empezar a valorar que, por mucho que nos disguste, no siempre tenemos la razón.

Para homenajear a Almudena Grandes hay que conocer a Almudena Grandes

Se ha escrito mucho sobre el tema, pero nunca será suficiente. Entierran a Almudena Grandes y al alcalde de Madrid se le fotografía en ese mismo momento inaugurando un parque y a la presidenta de la comunidad en un belén. Ni una sola mención a la desaparición de la escritora. Por un lado, es lógico: para homenajear a Almudena Grandes hay que conocer a Almudena Grandes. Dudo que ni el alcalde ni la presidenta de la comunidad hayan leído un libro suyo. Quizás la despreciaban por roja. Ellos se lo pierden. Almudena era una novelista excepcional, ahí está un legado que permanecerá para siempre. A ver qué queda para la posteridad de los otros.

Pero, aparte de ser una novelista de una indiscutible valía –de lectura obligada ‘El corazón helado’ o ‘Los aires difíciles’–, era una amante de su ciudad, Madrid. Yo amaba Madrid sin conocerla, pero leyendo sus libros aprendí a quererla más. Solo por el amor que profesaba a su ciudad y que trasladó a tantísimos millones de lectores merecía al menos un guiño tanto por el alcalde como por la presidenta. Pero no. El uno y la otra sostienen que una persona que no piensa como ellos no merece sus respetos. El “Muera la inteligencia” de Millán-Astray está más vivo que nunca. Nos queda soportar a dirigentes de brocha gorda, escaso tacto y palabrería tan grandilocuente como absurda y vacía. “Se ha muerto una roja. Una menos”, habrán pensado. Ellos, desde luego, no engañan. Luego que no nos sorprenda en qué pueda llegar a desembocar todo esto.

Me gusta trabajar con la misma gente

Me hago una foto con Maribel, mi sastra, antes de presentar la gala del jueves de ‘La casa de los secretos’. Cuando se fundó la cadena, Maribel ya estaba allí, y eso le confiere una autoridad que utiliza cuando le da la gana. Hace bien, que para eso lleva tantos años trabajando. Me gusta trabajar con la misma gente. Se establecen lazos casi familiares y ante personas como Maribel uno puede mostrarse tal y como es. Compartes ilusiones, confidencias, estados de ánimo, bromas. Yo le pregunto por la gente con la que ha currado para ver si saco material para este blog, pero ella es una tumba. Me repite siempre que Emilio Aragón era un compañero formidable y a mí me da un poco de rabia porque nunca he tolerado que alguien sea más formidable que yo.

Maribel es una tumba, sí, pero también lo son las maquilladoras y las peluqueras. Ya puedes largar lo que te dé la gana de tu vida que de la sala no sale. Conocen mis andanzas mejor que yo mismo. Con ellas he compartido crisis sentimentales, aventuras sexuales, inquietudes emocionales por la aparición de un nuevo ligue, cabreos laborales y todo lo que pueda caber en una existencia. Hay gente para la que ir a trabajar es una tortura. A mí, sin embargo, me proporciona mucha felicidad estar rodeado de compañeras y compañeros que valen la pena. En realidad, yo voy al trabajo a descansar porque a mí lo que verdaderamente me agota es vivir.

Blog completo en la revista Lecturas.