Mis vacaciones en el paraíso de los famosos en Uruguay

Desfile de ‘celebrities’

La conductora que nos trajo hasta José Ignacio (Uruguay) nos advirtió por el camino: “Es muy lindo, como volver a la infancia”. A media hora de Punta del Este, José Ignacio es un pueblo muy pequeño muy pequeño en el que las carreteras no están asfaltadas y está prohibido montar discotecas porque los vecinos quieren proteger a toda costa el descanso nocturno.

Los vecinos, aquí quería yo llegar. Indago en internet y leo que aquí tienen casa magnates norteamericanos de la comunicación, divas de la televisión argentina —Susana Giménez, Mirtha Legrand—, futbolistas como Zidane y estrellas sudamericanas de la canción.

El primer día vamos a almorzar a un chiringuito en la playa, y vemos aparecer a Esther Cañadas con una niña en brazos. Nos atiende un camarero que estaba más bueno que el pan y, al traer la cuenta, me dice: “A ti te he visto en la tele”. Y yo, haciendo ojitos, le digo que sí. Y, entonces, va y me dice él: “Yo tengo un amigo en España que se llama Chuso que fue a un programa de supervivencia y luego se hizo panelista” (aquí a los colaboradores les llaman así). Después de un rato dándole al tarro, caí: el panelista en cuestión es Suso. Y el camarero se llamaba Apolo. Nada más que añadir, señoría.

Pese al desfile de ‘celebrities’ que yo detecto —y las que se me pasan de largo por desconocimiento—, la gente va vestida muy de trapillo, como pasando de todo. Da la impresión de que en este reducto del mundo destacar no es elegante.

Este año el lugar está menos concurrido que otras veces: la crisis económica ha dejado a muchos brasileños y argentinos en sus casas. Y aunque es a partir de que se acaban las fiestas navideñas cuando dicen que el lugar explota y se pone a reventar de gente, los taxistas prevén un verano menos fructífero. En cuanto a la diversión, aquí no pasa nada ni se le espera. Otra cosa es lo que suceda por las noches. Intuyo que hay fiestas y reuniones en las casas.

Lo único cierto es que de cinco noches que C. Y yo llevamos aquí, dos de ellas nos hemos ido a dormir a las nueve de la noche. Hasta que una mañana nos levantamos y nos decimos: “Se acabó”. Y aquí estamos, en el aeropuerto de Montevideo, a las tres de la mañana esperando un vuelo a Brasil que sale a las cinco.

 

Adiós a la calma mortal

Nos metemos en la cama en Montevideo a las diez de la noche. Nos levantamos a las dos menos cuarto de la madrugada. Y a las cinco ya estamos volando dirección São Paulo. Calculo que con tanto trajín habremos envejecido unos quince años en menos de veinticuatro horas. São Paulo nos recibo nublado, y la ciudad me parece más caótica de como la recordaba. Vine aquí justo el día después de dar las campanadas con Isabel Pantoja y Kiko Rivera. Nada más llegar, me fui yo solo de marcha a un local gay y me acosté a las tantas de la madrugada.

Al día siguiente, cuando me enteré de que las campanadas habían batido récord de audiencia en las privadas, llamé a la Pantoja para comentar la noticia. Le conté que la noche antes había estado de juerga, y ella no paraba de decirme: “Ten cuidado, ten cuidado”. Me asombra que una mujer como ella que se ha recorrido medio mundo tenga esos miedos. Pero deduzco que son los temores inevitables de cualquier madre. Probablemente ella haya estado más cerca del peligro —tanto en avión, tanto viaje en coche— que sus hijos. Pero el lazo maternal/paternal implica vivir siempre con el ‘ay’ en el cuerpo. Esa es una de las principales razones que me ha tirado para atrás a la hora de ser padre: la incapacidad para lidiar de manera constante con el miedo.

 

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