Mi insana relación con el peso y la comida

Hoy va de confesiones, de confesiones que a muchos les parecerán frívolas, pero que controlan mi vida de una manera que me disgusta porque me producen tristeza y angustia. Voy a hablar de la insana relación que mantengo con el peso y con mi imagen. Cuando me preguntan sobre el tema, intento echar mano del humor y relativizar, pero la verdad es que es un tema que me hace sufrir. Llevo tantos años luchando contra los kilos que ya ni me acuerdo cuándo se inició la batalla. Ahora estoy en mi mejor momento y eso, en vez de provocarme alegría, hace que mi inquietud aumente, porque me siento obligado a no bajar la guardia, a no relajarme, a no permitirme un exceso porque entiendo que me pasará factura. Y si lo comento, no quiero ni contar el tiempo que desperdicio luchando contra el complejo de culpa.

Recibo mensajes en mi instagram alabando mi “estilizada figura”. No dudan en preguntarme dónde y de qué me he operado, porque quieren hacer/hacerse lo mismo. El público que viene a los platós me dice: “Qué delgado estás”, y yo me tomo tanto los mensajes como esas palabras no como un halago sino como una advertencia. Para lo que ellos es un piropo para mí es un motivo de alarma porque siempre aparece una amenazadora voz en mi interior que me recuerda que vaya con cuidado, que no me pase, que si me relajo puedo volver a coger quince kilos que he dejado atrás en año y medio.

Cada vez que en plató ponen imágenes mías con esos kilos de más, tengo que apartar la vista. Soy incapaz de verlas, me avergüenzan. Mis compañeros me dicen que debería ser al contrario, que tendría que verlas y sentirme muy satisfecho de lo que he conseguido. Pero no puedo, pasé cerca de veinte días fuera de mi casa y, entre otras cosas, aprendí algo importantísimo: que no puedo estar tanto tiempo de vacaciones porque me genera ansiedad no controlar lo que como.

Recuerdo que en cada hotel que recalaba pedía una báscula. Pues no la encontré en ninguno. Normal. ¿Quién en su sano juicio va a estar pesándose durante sus días de descanso? ¿Quién no se va a permitir engordar tres o cuatro kilos? Fue casi al final, en Fernando de Noronha (Brasil) cuando encontré una báscula en una farmacia. Fue como hallar un vaso de agua en medio del desierto. A partir de los días siguientes, pasaba por la farmacia con cualquier excusa y aprovechaba para pesarme. No es fácil la relación con tu físico y menos is tu imagen es de dominio público. Estoy convencido de que no tendría estas comeduras de tarro si no trabajara en televisión. Me gustaría saber dónde se aprende a llevarse bien con uno mismo, a comprenderse, a no juzgarse, a perdonarse incluso.

 

La diva por excelencia

Escribo sobre la siempre inquietante mirada ajena y me viene a la cabeza Mónica Naranjo. Yo la imaginaba como la imagen que proyecta sobre un escenario: dura, pétrea, segura de sí misma. Una mujer que, como toda diva que se precie, camina tres palmos y medio por encima del suelo. Se me antojaba una señora etérea, con la mente puesta en majestuosos escenarios y gente a espuertas rindiéndole pleitesía. Qué equivocado estaba.

Quedamos un día para almorzar en Madrid y aparece una chica pizpireta, sencilla y con los pies pegadísimos a la tierra. Veo un par de capítulo de ‘Mónica y el sexo’ —una serie que emitirá Mediaset— y me sorprende, porque me doy cuenta de que, a pesar del callo que tengo en este mundo, todavía tengo mis prejuicios. Imaginaba a Mónica Naranjo arrebatadora en lo sexual, y me encuentro con que, tras su separación, está muerta en ese aspecto, que sus lagunas en el terreno sexual son casi tan grandes como las mías.

Continúa leyendo en www.lecturas.com