Me he hecho la cirugía estética en los ojos

De sobras es conocido el preponderante espacio que ocupo en la intelectualidad española. Desde hace algunos años mis opiniones son tan respetadas que he provocado desde nombramientos de ministros a cambios de gobierno. Cuando Rajoy estuvo a huevo llamé a Pedro y le dije: “Ahora”. Y así estoy, tan ricamente instalado en mi atalaya que ilumina a toda la izquierda española. Es una posición delicada porque produzco tantos pensamientos brillantes que me obligo a desactivar mi cerebro unas cuantas horas al día para no quemar al personal. Otra de las cosas que hago para compensar tantas dosis de intelectualismo es entregarme a veleidades frívolas. Así, por ejemplo, el viernes por la mañana me sometí a una blefaroplastia, por eso me veréis el jueves presentando la gala de ‘Supervivientes’ con gafas de sol. Me operé porque lo necesitaba y para recordarme que soy humano.

El paciente perfecto

A mí es que me dicen de hacerme una operación de estética y me dan una alegría que ‘pa qué’ porque pensar en la anestesia y ponerme cachondo es todo uno. Cuando días antes hablé con el anestesista le aseguré que era el paciente perfecto pero él no se lo acabó de creer: “Eso me decís todos”. Ingresé el viernes a las siete y media de la mañana después de haber dormido apenas cuatro horas y haberme hecho el día antes un viaje exprés a El Prat de Llobregat para participar en un acto. Me acompañó en el viaje César, mi community manager, que es una persona a la que quiero mucho porque me dice cosas que nunca antes me había dicho nadie. Por ejemplo: “Eres una de las personas más desquiciadas que conozco”. Desde que me dedicó estas bellas palabras me ganó para el resto de nuestras respectivas existencias. El jueves, después de pasar el día juntos, también me escribió una cosa muy bonita: que era un placer trabajar conmigo aunque en el AVE hubiera roncado como un hipopótamo. Los de Valladolid –como él– cuando piropean lo hacen desde el corazón.

Me lo pasé muy bien en El Prat de Llobregat. Me llevaron como sorpresa a un compañero que había sido jefe mío en el Pryca cuando yo trabajaba de reponedor de frutas y verduras. No era bueno trabajando, siempre he sido muy torpón con todo lo que no tenga que ver con aquello a lo que me dedico. Y él, entre risas, fue incapaz de quitarme la razón: “Pero eras la alegría de la sección”. Otro de mis jefes, Modesto Bernat, me confesó un día que me tenía contratado no porque fuera un buen trabajador sino porque entretenía al personal. Puros visionarios, sí señor. Y qué bonito que le recuerden a uno con una sonrisa.

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