Marta Riesco es engreída y poco astuta, es una pobre alma en pena

Marta Riesco es un ejemplo a no seguir. Su caso debería estudiarse en todas las universidades del mundo: cómo una mujer puede echar a perder su vida profesional en tres cuartos de hora. Marta es una reportera que cumplía adecuadamente su trabajo. No resultaba simpática, que para los programas de entretenimiento es un plus, pero su antipatía tampoco chirriaba en exceso. 

Afán de tocar pelo de artista

El caso es que tampoco creo que sea antipatía. Es que ella siempre ha pensado que su labor no ha sido la de reportera, sino que su lugar en el mundo era justamente el contrario: que hablasen de ella. De ahí que siempre se haya movido con el afán de tocar pelo de artista a ver si, de rebote, se le trasplantaba uno a ella y crecía en su cuero cabelludo la mata de la popularidad. 

«Deja en bragas a la torre Eiffel»

Pero no. Marta Riesco no ha sido llamada a convertirse en una ‘celebrity’. Que hablen de ti no quiere decir que lo seas, sino que te has convertido en más o menos conocida para el público por repetición, no porque ostentes alguna gracia. La Riesco tiene un concepto de sí misma tan elevado que deja en bragas a la torre Eiffel, algo que no es de extrañar si tenemos en cuenta que a su lado cuenta con una figura que es todo un enciclopedista. 

«Una absurda alma en pena»

Pero no nos llamemos a engaño: Marta Riesco es carne de cañón. Una mujer engreída y poco astuta con la que no logras empatizar aunque la veas llorando a mares. Porque en realidad te da igual que ría, llore, haga el pino puente en bragas o te cante ‘La traviata’ en arameo. Marta ya no es una profesional. Es una absurda alma en pena que se pasea de plató en plató reclamando respeto cuando ella misma se lo pierde al presentador Joaquín Prat siempre que tiene ocasión. 

«Joaquín, cuánto has aguantado»

Y Joaquín aguanta porque es un santo, pero llegará el día en el que, con toda la razón del mundo, le dirá: “Mira, Marta Riesco, vete a la mierda”. Y entonces los ofendiditos se llevarán las manos a la cabeza y exclamarán que un presentador no tiene que perder nunca las maneras. Pero la gente con sangre en las venas pensaremos: “Hijo mío, cuánto has aguantado”.

«Profesionalmente, estás como Bruce Willis en ‘El sexto sentido»

Marta da mal rollo. No juega limpio y cree que es una estrella, no ya emergente, sino plenamente consolidada. Pero, Marta, hija mía, hazme caso, que empiezo a ser muy mayor. Nuestra profesión es una ciudad muy pequeñita en la que nos conocemos todas. Y la gente tiene memoria. Y alguna habrá que ni perdone ni olvide. Y cuando tengan oportunidad, te pondrán delante de tus narices sus ruegos y preguntas. Quizás no lo sepas porque vives entre ‘stories’ y posados robados, pero hoy por hoy, profesionalmente, estás como Bruce Willis en ‘El sexto sentido’. Y, personalmente, qué quieres que te diga, que, como decía mi padre, para semejante viaje no hacían falta alforjas.

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