En Botswana he pasado auténtico miedo

Otra cosa que tiene el viajar: que te abre la mente. Por ejemplo, nadie que haya visto de cerca a un hipopótamo puede volver a utilizar a ese animal para insultar a una persona. Qué belleza, dios mío. Qué simpáticos están cuando se meten en el agua y solo dejan al aire sus ojitos para no perderse ripio de lo que sucede a su alrededor. No puede ser un insulto llamar a alguien hipopótamo. Idiomas, querida. Tampoco elefante. Ayer estuvimos muy cerquita de una familia y tuvimos la suerte de ver a un elefante de cuatro meses. Juguetón, travieso, preciosísimo. Pero también es verdad que cuando tienes muy, muy delante a uno de ellos pasas un miedo que lo flipas, que es lo que nos sucedió ayer.

A uno de ellos le estorbaba el jeep en el que íbamos montados. Empezó a mover las orejas para intimidarnos, se vino para nosotros y al pasar justo a nuestro lado comenzó a resoplar. Sí, lo digo, pasé miedo. Más que nada porque cuando se largó mi acompañante me dijo: “Durante estos segundos he pensado que el elefante se cabreaba, le pegaba una patada al coche y nos lanzaba al río”, que teníamos justo detrás y en el que anteriormente habíamos contado tres cocodrilos. Me impactó tanto la escena que por la noche, antes de conciliar el sueño, volvió a mi cabeza y sentí escalofríos. Porque aparte de lo terrible que era comencé a adornarla a mi manera: el elefante tumba el coche, el guía se muere al estamparse la cabeza con el volante y mi acompañante y yo tenemos que pasar toda la noche subidos al jeep hasta que aparece un león y nos come.

Al día siguiente le cuento mis cuitas a mi acompañante y se echa las manos a la cabeza: “Pero ¡por favor! Seguro que hubieran venido a buscarnos al no vernos aparecer! Siempre te pones en lo peor”. Eso me lo decía él que es muy optimista pero después de su explicación no me quedé muy tranquilo. Es que antes de lo del elefante habíamos visto a un guepardo muy, muy de cerca. Tan de cerca que pasé en tensión todo el rato que estuvimos junto a él.

Yo, que soy muy emocional, la naturaleza salvaje me deja exhausto. Tanto es así que le supliqué a mi acompañante que parásemos ya con los safaris. Hay personas que, por insolvencia mental o mala fe, pretenden echar por tierra mi vida y mi viaje aduciendo que con el dinero que tengo que menuda pena que tenga que viajar solo. Vamos, eso tan antiguo y chorras de “era tan pobre que solo tenía dinero”. Pero a lo que iba. No entiendo ese miedo que tiene cierta gente a la soledad. Lo viven como si caminaras por la vida con uno de tus miembros amputados. Este verano no he viajado solo. Pero anteriormente sí lo he hecho. Y es una experiencia fascinante. Siempre que sea elegida la soledad es enriquecedora y muy reparadora. Los que se burlan de la gente que vive o viaja sola por decisión propia deberían pensar en si tienen huevos para hacer lo mismo.

Blog completo en la revista Lecturas.