Black Friday

La gala del jueves me dejó baldado. Se palpaba la tensión en el ambiente, el público estaba ‘on fire’ y los aplausos y abucheos no cesaron durante todo el programa. En uno de los descansos, me comunican que me están poniendo bonito en las redes. Total, que entre una cosa y otra acabé con un dolor de espalda considerable. Me meto en la cama cerca de las tres de la mañana y, a eso de las siete y media, el móvil me avisa de que he recibido un whatsapp. Sí, ya sé que debería haberlo silenciado, pero me olvidé. No vuelvo a dormirme.

A las ocho y pocos minutos recibo la audiencia: 31.5, una barbaridad. Comienzan a llegar los consabidos mensajes de felicitación. Pero confirme va pasando la mañana me pongo cada vez más triste y me invaden unas incontrolables ganas de llorar. Reviso mi Instagram y le doy a “Rechazar todo” porque veo por encima que hay algunos mencajes claramente insultantes, Leo los titulares de dos artículos que no me dejan excesivamente bien —por ser suave— y noto que voy cayendo en un pozo cada vez más negro. Hablo con Adrián y le traslado mi inquietud. Creo que me entiende.

Estoy convencido de que lo que me pasa tiene que ver con el cansancio físico, con dormir mal y a deshoras, pero no puedo evitar pensar que me quiero ir. Dejarlo todo. Desaparecer. Desconectar durante tres meses, un año entero, irme a una playa con los perros. Medito y comienzo a ver la luz. A relativizar. Pero advierto que comienzo a despegar de nuevo después de hacer media hora de elíptica. A quien le pueda servir: el cardio ayuda a enfrentarse a los problemas y a encontrar soluciones. Me lo confirma más tarde mi preparador físico y me cuenta que esa es una de las razones por las que engancha tanto.

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