Ahora están los buenos madrileños y los malos madrileños

Después de la calma veraniega llega la tormenta. La sociedad recarga pilas durante el calor para luego vaciarlas con todas sus fuerzas durante el melancólico otoño y el crudo invierno. Hemos empezado la temporada con la falsa denuncia homófoba de Malasaña, que para empezar el curso no está nada mal. Hay muchísima gente que ha respirado tranquila después de conocerse el entuerto. “Bien. Era mentira. Los gays, siempre quejándose. Todo está en orden”. Antes del descubrimiento del pastel a mí se me ocurrió decir que esa libertad que yo conocí en el 95, año en el que llegué a Madrid, ya no existía en la ciudad. Y se lio un poco porque algunos medios entendieron que era un misil contra Ayuso. 

Ahora, todo el que se atreve a cuestionar algo que suceda en la capital está cargando contra su presidenta. Lo mismo que pasaba con Pujol, vamos. Recordemos el caso Banca Catalana: no lo atacaban a él, sino a Catalunya. Tócate la peineta. Esta situación me suena: ya la viví cuando estaba en Badalona.

Ahora están los buenos madrileños y los malos madrileños. Yo, según algunos sectores, pertenezco a los malos. No estoy en el lado bueno de esta historia. Se equivoca Ayuso si piensa que cuando digo que no me siento tan tranquilo paseando por Madrid le estoy dando una hostia. Hablo de Madrid porque es la ciudad en la que vivo. Pero escandalosos son los casos de agresiones homófobas que se producen en Catalunya, por cierto. Y en el resto del país están incrementándose de manera notable.

Todo gay sufre agresiones homófobas en todos los momentos de su vida. Las vivimos cuando somos niños en el colegio, luego en el instituto, en el trabajo, en la calle. Pero las tenemos tan interiorizadas que las aceptamos como algo que forma parte de nuestra vida. Y en el momento en el que el colectivo dice “hasta aquí” los esquemas de la sociedad se tambalean y se revuelven contra el cambio. Años atrás celebrábamos con alegría que avanzábamos en la conquista de nuestros derechos. Fueron unos años dorados, en los que después de tantas décadas de oscurantismo por fin empezábamos a ver de nuevo la luz. Creíamos, ilusos de nosotros, que el progreso no se detendría. Pero no es que se haya detenido, sino que todo lo conquistado después de muchos años de lucha se pone en entredicho. “Que no se quejen, que ya tienen bastante”, pronuncian con compasión líderes generadores de odio. Los años de celebraciones han pasado, por ahora, a mejor vida. Volvemos a la guerra. Al menos, que nos pillen luchando.

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